Regreso agridulce
REGRESO AGRIDULCE
Regresas a la ciudad bajo el cielo bochornoso de este septiembre disfrazado de falso enero. Has dejado atrás kilómetros y kilómetros de carreteras secundarias, de rutas solitarias por las comarcas turolenses del Maestrazgo y de las Cuencas Mineras. Carreteras que, dentro de pocos días, se quedarán huérfanas, esperando la llegada inalterable de un invierno cada vez más inclemente.
Regresas a tu ciudad y contemplas el cauce del río desde un mirador privilegiado. Un río con su caudal bajo mínimos y con sus aguas cada vez más turbias y amarronadas. Y evocas el cauce del Guadalope, del río Campos, y el murmullo inalterable de la funte de la Cedrilla y de los cinco chorros de la fuente casi arcádica de Cirugeda.
Regresas a la ciudad del Ebro y te sorprende un inusual caos circulatorio, unas obras casi interminables, un ruido en ocasiones ensordecedor. Y recuerdas ese silencio de los valles turolenses que te habla del pasado, de vivencias ya olvidadas, de momentos definitivamente idos.
Regresas al asfalto y al cemento al filo del crepúsculo. Y miras al cielo intentando contemplar con nitidez el firmamento. Y no puedes evitar el recuerdo de las noches serenas de Aliaga, de los paseos al anochecer por la Vega y por el Cascajar. De la luz plateada de la luna llena, del cortejo de estrellas, cual pinceladas de luz en el horizonte, del rumor de las acequias, del suave fluir del tiempo al filo de la medianoche.
Septiembre se perfila en el horizonte. Con su cortejo de reencuentros, de vuelta a la rutina, a la llamada normalidad. Pero las imágenes del último verano quedarán en tu retina durante meses y alimentarán el latido invernal de la ciudad, la contemplación de un horizonte caduco, el casi imperceptible declive de los días en beneficio de las noches, el final de un verano repleto de vivencias.
(Encontrado en josemarco.blogia.com el 4-9-2.011)
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