CASTILLOS
Desde mi ventana contemplo cada mañana después de desayunar la silueta austera e inconfundible del castillo. En realidad, lo que diviso hacia el oeste es la mole de piedra sobre la que se asentó el antiguo castillo sanjuanista de Aliaga, lugar fortificado erigido en una eminencia desde la que se podían vigilar las entradas y salidas a la ilustre villa turolense.
La historia de este castillo se remonta, al menos, al siglo XII. Fue reconquistado por Alfonso I en 1118, pero volvió a manos musulmanas pocos años después. Se sabe con seguridad que en 1163 perteneció a la orden de San Juan y a partir del siglo III se conformó una importante encomienda en torno a esta fortificación. Los episodios más recientes se remontan a la segunda guerra carlista. En 1840 el general O’Donnel sitió el castillo de Aliaga que se sometió a las fuerzas isabelinas sin sufrir grandes destrozos.
Pero la realidad actual es muy distinta a la que muestran los antiguos grabados. Durante el siglo XX el abandono y deterioro del castillo fue constante. Y así se ha llegado a una situación difícil de solucionar. Ruinas, escombros y algún fragmento de la antigua muralla son testigos mudos de esos 4000 metros cuadrados de su recinto. Se antoja como algo utópico hablar de una posible restauración, pero no sería una idea descabellada trazar una pequeña ruta desde el pueblo hacia el castillo para que los vecinos y turistas pudieran ascender con una cierta comodidad y contemplar desde lo más alto no sólo la población sino incluso parte de la comarca.
En esta mañana veraniega, mientras asciendo al castillo por un camino estrecho y pedregoso, recuerdo los sueños de mi infancia, las aventuras con los amigos al pie de sus maltrechas murallas, las cabañas, los juegos, la huida de lo cotidiano y la búsqueda de vestigios de otros tiempos. Eso sí, la mole sobre la que se asentaba la antigua fortaleza sigue siendo una de las señas de identidad del pueblo, junto con la Porra y todas las montañas que conforman este importante Parque Geológico. Desde arriba contemplo el pueblo en este día caluroso de agosto. Contemplo los perfiles de las casas, la huerta, el cauce desolado del Guadalope, la hilera de chopos centenarios, el horizonte azul sin una nube que anuncia el regalo tan esperado de la lluvia.
Hay tantos castillos abandonados en España, hay tantas fortalezas diseminadas por la geografía aragonesa que es casi imposible pensar en una restauración de estos enclaves históricos para usos turísticos o culturales. En la provincia de Teruel, ciudades como Alcañiz o Mora de Rubielos tienen excelentes castillos perfectamente restaurados y transformados en paradores. Pero queda mucho camino por recorrer. De momento, uno se contentaría con ese acceso a lo más alto y un pequeño Centro de Interpretación.
(Encontrado el 9-8-2.012 en josemarco.blogia.com)
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